viernes, septiembre 10, 2010

En "Canciones de la lejana tierra" de Arthur C. Clarke

Es la última vez que hablaré contigo, Evelyn, antes de empezar mi largo sueño. Todavía estoy en Thalassa, pero la nave sale para la Magallanes dentro de unos minutos; ya no puedo hacer nada hasta que aterricemos dentro de trescientos años...

Siento una gran tristeza: acabo de despedirme de mi mejor amiga aquí, Mirissa Leonidas. ¡Cómo te hubiera gustado conocerla! Ella es probablemente la persona más inteligente que he conocido en Thalassa. Los dos hemos tenido largas conversaciones, aunque temo que algunas se convirtieron más bien en esos monólogos por los que tú tantas veces me criticabas...

A veces me preguntaba acerca de Dios; pero quizá no supe contestar a su pregunta más inteligente. Poco después de la muerte de su querido hermano, me preguntó:

“¿Para qué sirve el dolor? ¿Cumple acaso alguna función biológica?”

Es curioso que nunca hubiera pensado seriamente en esto. Si recordáramos a los muertos sin emoción (en el caso de que los recordáramos alguna vez) nos convertiríamos en una especie inteligente que funcionaria a la perfección. Se trataría de una sociedad completamente inhumana, pero tan próspera como lo fueron en la Tierra las de las termitas o de las hormigas.

¿Podría el dolor ser una accidental, e incluso patológica consecuencia del amor, que tiene una función biológica esencial? Éste es un pensamiento extraño y preocupante. Y sin embargo, son nuestras emociones lo que nos convierten en seres humanos. ¿Quién estaría dispuesto a abandonarlas, aun sabiendo que cada nuevo amor es prisionero de esos terrores gemelos llamados Tiempo y Destino?

A menudo ella me hablaba de ti, Evelyn. Le desconcertaba que un hombre pudiera amar a una sola mujer durante toda su vida, incluso cuando ya había desaparecido. Una vez bromeé diciéndole que la fidelidad era algo tan ajeno a los thalassanos como los mismos celos; me replicó que habían salido ganando al no conocer ninguno de esos sentimientos.

Me están llamando; la nave me espera. Debo despedirme de Thalassa para siempre. Tu imagen también empieza a desvanecerse. Aunque soy un experto dando consejos a los demás, quizá me he aferrado demasiado a mi propio dolor, y eso no sirve a tu memoria.

Thalassa me ha ayudado a curarme. Ahora me alegro de haberte conocido, en lugar de estar triste por haberte perdido.

Una extraña calma me embarga. Por primera vez creo entender de veras los conceptos de la separación y el Nirvana de mis viejos amigos budistas.

Y si no despierto en Sagan Dos, qué más da. He cumplido mi misión aquí, y estoy contento por ello.

2 comentarios:

Severian dijo...

Es raro, pero los comentarios me llegan a mi email...

Dice Dolmancé ese dolor vinculado al apego emocional es sin duda un inconveniente en términos biológicos

Yo no lo sé, comparto lo que dice Clarke: que puede ser una consecuncia dle amor, que tiene una función biolñógica muy definida. Aunque también creo que la función biológica podría existir y nosotros podríamos no entenderla, como sucedía hasta hace no mucho con la empatía, por ejemplo.

Severian dijo...

En otras palabras, el dolor es tan inconveniente en términos biológicos como los colores vistosos de los papagallos, que los hacen presa fácil de las aves de presa. Y podría ser, como ellos, un derivado de otra propiedad biológicamente tan útil como el hacerse visible para las hemras.