sábado, junio 10, 2006

(I) en Si todos los hombres fueran hermanos ¿dejarías que alguno se casara con tu hermana?, de Theodore Sturgeon

Publicado en Visiones Peligrosas de Harlan Ellison

Entonces tuvo que enfrentar un nuevo y terrible golpe. Charli dormía a veces en la habitación de Tyng, y otras ella lo hacía en la de él. Una mañana temprano se despertó solo, recordó un aspecto escurridizo del trabajo, se levantó y se encaminó pesadamente hacia la habitación de ella. Se dio cuenta del significado de aquel suave canturreo demasiado tarde para pasarlo por alto; y transcurrió mucho tiempo antes de que pudiera comprender su furia ante el descubrimiento de que aquella canción no le pertenecía solamente a él. Se encontró dentro del cuarto antes de poder detenerse; después salió, cegado y tembloroso.
Estaba sentado en la tierra húmeda, en el verde hueco debajo de un sauce, cuando Vorhidin lo encontró. (Nunca supo cómo lo había hallado, ni siquiera cómo se le ocurrió buscarlo.) Miraba fijamente hacia delante, y lo había hecho tanto tiempo que los globos oculares se le habían secado. Parecía gozar con la agonía. Había hundido los dedos con tanta fuerza en la tierra que sus manos estaban enterradas hasta las muñecas. Tres uñas se habían roto al doblarse hacia atrás, pero él aún seguía presionando.
Vorhidin permaneció completamente silencioso al principio, limitándose a sentarse a su lado. Esperó un tiempo que le pareció suficiente y luego pronunció suavemente el nombre del muchacho. Charli no se movió. Entonces Vorhidin le puso una mano sobre el hombro, y el resultado fue sorprendente. Charli Bux no movió nada visible, excepto los tendones de la mandíbula y la garganta, y al contacto con la mano del vexveltiano vomitó. Fue lo que clínicamente se denomina un «vómito proyectante». Empapado y manchado desde las caderas a los pies, con los ojos secos y la mirada fija, Charli permaneció sentado inmóvil. Vorhidin, que entendía lo que había sucedido y posiblemente lo había esperado, permaneció donde se encontraba, con una mano en el hombro del joven.
—¡Dilo!—gritó.
Charli Bux giró lentamente la cabeza para mirar al hombretón. Enfocó los ojos y parpadeó, luego parpadeó nuevamente. Escupió el gusto agrio de su boca y sus labios se retorcieron y temblaron.
—Dilo —repitió Vorhidin, con voz calma pero apremiante, pues sabía que Charli no había podido contener las palabras y preferido vomitar antes que pronunciarlas.
—T..., t... —Charli tuvo que escupir nuevamente—. ¡Tú! —gritó enronquecido—. ¡Tú..., su padrel —gritó al fin, y en una fracción de segundo se transformó en un derviche furioso, en un molino de viento, en un tigre aullante.
Las manos embarradas y ensangrentadas, absolutamente fuera de dominio por el exceso de furia, no llegaron a convertirse en puños. Vorhidin se agazapó en el lugar donde se encontraba y recibió los golpes sin intentar defenderse más allá de un ocasional movimiento de la cabeza para proteger sus ojos. Luego podría curar cualquier daño que los golpes pudieran causarle, pero si esos golpes no se descargaban, Charli Bux jamás se curaría. Todo siguió y siguió por un largo rato, pues algo dentro de Charli no le permitía mostrar fatiga, y probablemente ni siquiera sentirla. Cuando el último de los recursos lo abandonó, el colapso fue súbito y total. Vorhidin se arrodilló gruñendo, se puso penosamente de pie, se inclinó sobre el terrestre, salpicándolo con su sangre, lo levantó en sus brazos y lo transportó a casa.A su debido momento Vorhidin le explicó todo. Tomó largo tiempo, ya que al principio Charli no podía admitir ninguna razón, y menos de Vorhidin, y posteriormente sólo en pequeñas dosis.

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