Publicado en Visiones Peligrosas de Harlan Ellison
La síntesis de medio centenar de conversaciones es la siguiente:
—En la antigüedad —dijo Vorhidin— un desconocido escribió: «Lo que no sabes no es lo que te hiere, sino lo que sabes que no es así». Contéstame algunas preguntas. No te detengas a pensar. (Eso es tonto. Nadie fuera de Vexvelt se detiene a pensar en el incesto. Hablan mucho, así, y muy rápido, pero no piensan.) Yo preguntaré y tú responderás. ¿En cuántas especies bisexuales, pájaros, animales, peces e insectos incluidos, se advierten indicios del tabú del incesto?
—Realmente no puedo decirlo. No recuerdo haber leído nada al respecto, pero además, ¿quién va a escribir sobre ese asunto? Yo diría que unos pocos. Eso sería sólo natural.
—Estás equivocado. Doblemente equivocado, a decir verdad. El Homo sapiens tiene la exclusividad, Charli...; a todo lo largo y ancho del universo sólo la humanidad tiene el tabú del incesto. Segundo error: no sería natural, no lo fue, no lo es y no lo será nunca.
—Es sólo una cuestión de términos, ¿no es así? Yo lo llamaría natural. Quiero decir que es parte de la naturaleza humana. No es necesario aprenderlo.
—Ahí está el error. Tiene que ser aprendido. Estoy en condiciones de documentarlo, pero eso puede esperar; más tarde consultaremos la biblioteca. Por el momento acepta mi argumento.
—Sólo por el momento.
—Gracias. ¿Qué porcentaje de gente crees que se siente atraída sexualmente por sus hermanos o hermanas?
—¿A qué edad te estás refiriendo?
—No interesa.
—Los impulsos sexuales no se manifiestan hasta una determinada edad, ¿no es así?
—¿Es así? ¿Y cuál dirías que es la edad promedio?
—Oh..., depende del indivi... Pero has dicho «promedio», ¿no? Digamos alrededor de los ocho. Nueve quizá.
—Falso. Espera a tener hijos y lo comprobarás. Yo diría que a los dos o tres minutos. Apostaría a que también existen bastante antes de eso.
—¡No lo creo!
—Ya sé que no lo crees —contestó Vorhidin—. De todos modos es verdad. ¿Y qué me dices acerca del progenitor de sexo opuesto?
—Bueno, eso debería darse en una etapa de la conciencia capaz de captar la diferencia.
—Bien..., ahora no estás tan equivocado como de costumbre —dijo en tono bondadoso—, pero te asombraría saber lo temprano que suele suceder. Pueden oler la diferencia mucho antes que verla. Unos pocos días, tal vez una semana.
—No lo sabía.
—No lo dudo ni por un momento. Ahora, vamos a olvidarnos de todo lo que has visto aquí. Vamos a suponer que estás de vuelta en Leteo y yo te pregunto: ¿cuáles serían los efectos en una cultura si cada individuo tuviera una inmediata y aceptable relación sexual con todos los demás?
—¿Relación sexual? —Charli emitió una risita nerviosa—. Exceso sexual lo llamaría yo.
—No hay nada de eso —dijo llanamente el hombretón—. Teniendo en cuenta quién seas y cuál es tu sexo, puedes hacerlo hasta que no puedas más o puedes seguir hasta que por último no suceda nada. Un hombre puede pasarlo muy bien con un desahogo sexual moderado dos veces al mes, o menos. Otro podría recurrir normalmente a él ocho o nueve veces al día.
—Yo no llamaría normal a eso.
—Yo sí. Insólito quizá, pero ciento por ciento normal para el tipo que lo hace, siempre que no sea patológico. Lo que quiero decir es que capacidad es capacidad, ya sea para el contenido de una taza, para un caballo de fuerza o para la altura límite de un avión. Hombre o máquina, no los dañarás si te mantienes dentro de los parámetros para los que fueron diseñados. Lo que sí causa daños, y algunos de la peor especie, es la culpa y el sentimiento de pecado, en los casos en que el pecado no es más que una suerte de apetito natural. He leído historias verídicas de muchachos que se suicidaron a causa de una polución nocturna, o porque sucumbieron a la tentación de masturbarse después de cinco o seis semanas de abstinencia..., algo que por supuesto les preocupaba, manteniéndolos absolutamente obsesionados por lo que no debería tener mayor importancia que aclararse la garganta. Me gustaría poder decir que este tipo de cuento de horror sólo existe en los viejos libros, pero en muchos mundos, incluso en este mismo momento, aún está sucediendo.
»La culpa y el pecado resultan más fáciles de comprender para alguna gente si la sacas de la esfera del sexo. Existen algunas ortodoxias religiosas que requieren una dieta específica, con absoluta exclusión de algunos productos. Dado un suficiente adoctrinamiento por un tiempo adecuado, puedes mantener a un hombre comiendo (pongámosle un nombre arbitrario) "flim" mientras el "flam" está prohibido. De esa forma, seguirá adelante con su magro y mohoso flim, y vivirá semimuerto de hambre en un depósito completamente lleno de hermoso y fresco flam. Puedes hacerlo enfermar, o incluso matarlo, si posees la suficiente habilidad para convencerlo de que el flim que acaba de comer era en realidad flam disfrazado. O puedes enloquecerlo haciéndole insinuaciones hasta que adquiera un auténtico gusto por el flam, y se conseguirá una buena provisión, la esconderá y la mordisqueará cada vez que luche con la tentación y pierda.
«Imagina en consecuencia el poder de la sensación de culpa cuando no es simplemente una cuestión de flim y flam, de ortodoxia manufacturada, lo que está violando, sino una profunda presión de alguna parte de las células de nuestro interior. Es algo tan demente y peligroso como implantar una estructura ético-culpable que impide o inhibe ceder a las necesidades del complejo vitamínico B o del potasio.
—Pero ahora estás hablando de necesidades vitales y factores de supervivencia —le interrumpió Charli.
La síntesis de medio centenar de conversaciones es la siguiente:
—En la antigüedad —dijo Vorhidin— un desconocido escribió: «Lo que no sabes no es lo que te hiere, sino lo que sabes que no es así». Contéstame algunas preguntas. No te detengas a pensar. (Eso es tonto. Nadie fuera de Vexvelt se detiene a pensar en el incesto. Hablan mucho, así, y muy rápido, pero no piensan.) Yo preguntaré y tú responderás. ¿En cuántas especies bisexuales, pájaros, animales, peces e insectos incluidos, se advierten indicios del tabú del incesto?
—Realmente no puedo decirlo. No recuerdo haber leído nada al respecto, pero además, ¿quién va a escribir sobre ese asunto? Yo diría que unos pocos. Eso sería sólo natural.
—Estás equivocado. Doblemente equivocado, a decir verdad. El Homo sapiens tiene la exclusividad, Charli...; a todo lo largo y ancho del universo sólo la humanidad tiene el tabú del incesto. Segundo error: no sería natural, no lo fue, no lo es y no lo será nunca.
—Es sólo una cuestión de términos, ¿no es así? Yo lo llamaría natural. Quiero decir que es parte de la naturaleza humana. No es necesario aprenderlo.
—Ahí está el error. Tiene que ser aprendido. Estoy en condiciones de documentarlo, pero eso puede esperar; más tarde consultaremos la biblioteca. Por el momento acepta mi argumento.
—Sólo por el momento.
—Gracias. ¿Qué porcentaje de gente crees que se siente atraída sexualmente por sus hermanos o hermanas?
—¿A qué edad te estás refiriendo?
—No interesa.
—Los impulsos sexuales no se manifiestan hasta una determinada edad, ¿no es así?
—¿Es así? ¿Y cuál dirías que es la edad promedio?
—Oh..., depende del indivi... Pero has dicho «promedio», ¿no? Digamos alrededor de los ocho. Nueve quizá.
—Falso. Espera a tener hijos y lo comprobarás. Yo diría que a los dos o tres minutos. Apostaría a que también existen bastante antes de eso.
—¡No lo creo!
—Ya sé que no lo crees —contestó Vorhidin—. De todos modos es verdad. ¿Y qué me dices acerca del progenitor de sexo opuesto?
—Bueno, eso debería darse en una etapa de la conciencia capaz de captar la diferencia.
—Bien..., ahora no estás tan equivocado como de costumbre —dijo en tono bondadoso—, pero te asombraría saber lo temprano que suele suceder. Pueden oler la diferencia mucho antes que verla. Unos pocos días, tal vez una semana.
—No lo sabía.
—No lo dudo ni por un momento. Ahora, vamos a olvidarnos de todo lo que has visto aquí. Vamos a suponer que estás de vuelta en Leteo y yo te pregunto: ¿cuáles serían los efectos en una cultura si cada individuo tuviera una inmediata y aceptable relación sexual con todos los demás?
—¿Relación sexual? —Charli emitió una risita nerviosa—. Exceso sexual lo llamaría yo.
—No hay nada de eso —dijo llanamente el hombretón—. Teniendo en cuenta quién seas y cuál es tu sexo, puedes hacerlo hasta que no puedas más o puedes seguir hasta que por último no suceda nada. Un hombre puede pasarlo muy bien con un desahogo sexual moderado dos veces al mes, o menos. Otro podría recurrir normalmente a él ocho o nueve veces al día.
—Yo no llamaría normal a eso.
—Yo sí. Insólito quizá, pero ciento por ciento normal para el tipo que lo hace, siempre que no sea patológico. Lo que quiero decir es que capacidad es capacidad, ya sea para el contenido de una taza, para un caballo de fuerza o para la altura límite de un avión. Hombre o máquina, no los dañarás si te mantienes dentro de los parámetros para los que fueron diseñados. Lo que sí causa daños, y algunos de la peor especie, es la culpa y el sentimiento de pecado, en los casos en que el pecado no es más que una suerte de apetito natural. He leído historias verídicas de muchachos que se suicidaron a causa de una polución nocturna, o porque sucumbieron a la tentación de masturbarse después de cinco o seis semanas de abstinencia..., algo que por supuesto les preocupaba, manteniéndolos absolutamente obsesionados por lo que no debería tener mayor importancia que aclararse la garganta. Me gustaría poder decir que este tipo de cuento de horror sólo existe en los viejos libros, pero en muchos mundos, incluso en este mismo momento, aún está sucediendo.
»La culpa y el pecado resultan más fáciles de comprender para alguna gente si la sacas de la esfera del sexo. Existen algunas ortodoxias religiosas que requieren una dieta específica, con absoluta exclusión de algunos productos. Dado un suficiente adoctrinamiento por un tiempo adecuado, puedes mantener a un hombre comiendo (pongámosle un nombre arbitrario) "flim" mientras el "flam" está prohibido. De esa forma, seguirá adelante con su magro y mohoso flim, y vivirá semimuerto de hambre en un depósito completamente lleno de hermoso y fresco flam. Puedes hacerlo enfermar, o incluso matarlo, si posees la suficiente habilidad para convencerlo de que el flim que acaba de comer era en realidad flam disfrazado. O puedes enloquecerlo haciéndole insinuaciones hasta que adquiera un auténtico gusto por el flam, y se conseguirá una buena provisión, la esconderá y la mordisqueará cada vez que luche con la tentación y pierda.
«Imagina en consecuencia el poder de la sensación de culpa cuando no es simplemente una cuestión de flim y flam, de ortodoxia manufacturada, lo que está violando, sino una profunda presión de alguna parte de las células de nuestro interior. Es algo tan demente y peligroso como implantar una estructura ético-culpable que impide o inhibe ceder a las necesidades del complejo vitamínico B o del potasio.
—Pero ahora estás hablando de necesidades vitales y factores de supervivencia —le interrumpió Charli.
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