Publicado en Visiones Peligrosas de Harlan Ellison—¡Demonios, vaya si lo estoy haciendo! —dijo Vorhidin, parodiando el estilo de Charli, e hizo una mueca rápida, muy cómica y muy exacta, imitando su luminosa sonrisa—. Y ahora ha llegado el momento de retomar algunos hechos que mencioné anteriormente, las cosas que pueden herirte mucho más que la ignorancia: las cosas que tú sabes que no son así. —De pronto se rió—. Eso es bastante cómico, ¿sabes? He estado en un montón de mundos, algunos de ellos a kilómetros y años de distancia unos de otros en miles de pormenores; sin embargo, esto que estoy a punto de demostrarte, en particular esta conversación de «cierra-los-ojos», «cierra-la-mente», puedes encontrarla en cualquier lugar adonde vayas. ¿Estás listo? Dime entonces: ¿qué tiene de malo el incesto? Retiro lo dicho...; tú me conoces. No me lo digas a mí. Díselo a un extraño, a un drogadicto o a un dipsomaniaco que encuentras en el bar de un espaciopuerto. —Separó las manos, colocó los dedos de tal manera que uno casi podía ver brillar el cristal del imaginario vaso que sostenía, y dijo con voz pastosa—: Dígame, eshtranjero, ¿qué..., qué hay de malo asherca de..., del inshesto, eh?
Cerró uno de los ojos y volvió el otro en dirección a Charli.
Charli se detuvo a pensarlo.
—¿Quieres decir moralmente, o qué?
—No, vamos a prescindir de esa parte. Correcto o incorrecto dependen de demasiadas cosas que varían de un lugar a otro, aunque yo tengo algunas teorías al respecto. No, nos quedaremos sentados en este bar y vamos a aceptar que el incesto es simplemente algo terrible, y partamos de ese punto. ¿Qué es lo realmente malo de él?
—Te unes a parientes demasiado próximos y obtienes descendencia defectuosa. Idiotas, niños sin cabeza y todo eso.
—¡Ya lo sabía! ¡Lo sabía! —cantó victorioso el vexveltiano—. ¿No es maravilloso? Desde las profundidades rocosas de una cultura de la Edad de Piedra, pasando por los brocados y los pantalones hasta la rodilla de las grandes civilizaciones operísticas, hasta las tecnocracias computarizadas, donde injertan electrodos en la cabeza y derivan los pensamientos en una caja..., haces esa pregunta y obtienes esa respuesta. Es algo que todo el mundo simplemente sabe, y por lo tanto no es necesario buscar una evidencia.
—¿Y adonde quieres ir a buscar evidencias?
—A la hora de la comida, donde se pueda ingerir cerdo idiota o vacas débiles mentales. Cualquier criador de ganado te lo dirá; una vez que obtienes una raza que quieres conservar y desarrollar, apareas los padres con las hijas y las nietas, y luego hermanos con hermanas. Y continúas así indefinidamente hasta que el rasgo deseable se transforma en recesivo, y entonces te detienes allí. Pero puede darse el caso de que nunca llegue a ser recesivo. De cualquier manera, es algo sumamente raro que algo ande mal en la primera generación; pero aquí, en el bar, estás plenamente convencido de que es así. Y estás preparado para decir que cada retrasado mental es el producto de una relación incestuosa. Es mejor que no lo hagas, porque herirías los sentimientos de algunas personas bastante simpáticas. Ésa es una tragedia que puede suceder a cualquiera, y dudo que haya más posibilidades entre progenitores emparentados entre sí que las que hay en los otros casos.
»Pero todavía no adviertes lo más gracioso..., o quizás es la parte más extraña de eso que tú simplemente sabes que no es así. El sexo es un tema bastante popular en la mayoría de los mundos. Casi todos los aspectos que habitualmente se mencionan no tienen nada que ver con la procreación. Por cada mención al embarazo o al nacimiento, yo diría que hay cientos que tratan solamente del acto sexual en sí. Pero refiérete al incesto, y la respuesta siempre se centra en la descendencia. ¡Siempre! Para considerar y analizar una relación amorosa o de placer entre parientes consanguíneos, aparentemente hay que hacer algún tipo de esfuerzo mental que nadie, en ninguna parte, parece capaz de cumplir con facilidad...; y algunos son absolutamente incapaces.
—Tengo que admitir que nunca se me ocurrió. Pero entonces, ¿qué está mal en el incesto, con o sin embarazo?
—Aparte de las consideraciones morales, quieres decir... La primera consideración moral es que es un concepto horrendo, porque siempre ha sido horrendo. Biológicamente hablando, diría que no hay nada malo en el incesto. Iría incluso un poco más allá, siguiendo al doctor Phelvelt... ¿Has oído hablar de él?
—No lo creo.
—Era un biólogo teórico que consiguió que prohibieran sus libros en mundos donde antes no se había censurado nada..., incluso en mundos donde la ciencia y la libertad de palabra son piedras fundamentales del total de su estructura. Sea como fuere, Phelvelt tenía un tipo de mente muy especial, siempre dispuesto a encarar el siguiente paso, no importa a donde lo llevara, sin admitir que hay ocasiones en que no hay ningún lugar. Pensaba bien, escribía bien y tenía una considerable cantidad de conocimientos aparte de los de su especialidad, y un verdadero arte para desenterrar los que no conocía. Él denominó a esa tensión sexual entre parientes consanguíneos un «factor de supervivencia».
—¿Cómo llegó a eso?
—Mediante una serie de senderos separados que luego se unieron en un mismo lugar. Todo el mundo sabe que hay presiones evolutivas que producen mutaciones en las especies. No se había escrito mucho (antes de Phelvelt) acerca de las fuerzas estabilizado-ras. Pero ¿no te das cuenta de que la cría de razas puras es una de ellas?
—No; así a primera vista no lo entiendo.
—¡Pues entiéndelo, hombre! Toma a un animal como ejemplo. El toro cubre a sus vacas; cuando paren terneras y las terneras crecen, las cubre también. A veces llega a una tercera o incluso una cuarta generación antes de ser desplazado por un toro más joven. Y en el curso de ese tiempo las características de la manada se han purificado y reforzado. No es fácil que nazcan animales con leves diferencias de metabolismo que los induzcan a alejarse de los campos de pastoreo que los demás utilizan. Nunca vas a encontrar vacas con cuartos traseros tan altos que el toro necesite llevar algo en qué subirse en el momento del galanteo. —Después de la carcajada de Charli continuó—: Y ahí lo tienes: estabilización, purificación, mayor valor de supervivencia..., todo como resultado de la presión involutiva, de criar sin mezclar la raza.
—Comprendo, comprendo. Y lo mismo sería aplicable a los leones, los peces, las ranas arbóreas, o...
—O a cualquier animal. Se han dicho muchas cosas acerca de la naturaleza: que es implacable, cruel, despilfarradora, etcétera. Yo prefiero pensar que es... razonable. Admito que a veces llega a ese estado en forma cruel, y otras, demasiado pródigamente. Pero sin duda encara las cosas con una solución pragmática, que es la única que funciona. Me parece razonable proveer de una presión que tienda a estandarizar y purificar un estado exitoso, y reclamar el exógeno, la infusión de sangre nueva, solamente una vez en varias generaciones...
—Es bastante más de lo que siempre hemos hecho nosotros —contestó Charli—, si lo miras de ese modo. Cada generación es un nuevo exógeno que mantiene la sangre en continua agitación, cada organismo está lleno de presiones que no han tenido ni la más mínima posibilidad contra el medio ambiente.
—Supongo que puedes argumentar que el tabú del incesto es el responsable de la inquietud y el desasosiego que llevaron a la humanidad a salir de las cavernas, pero eso es algo demasiado simple para mi gusto. Hubiera preferido una humanidad que se moviera un poco más lentamente, con más seguridad, y nunca volviera atrás. Pienso que la exogamia ritual, que convirtió la procreación involutiva (o entre parientes consanguíneos) en un delito y a «la hermana de la difunta esposa» en una ley contra el incesto, es la responsable de otro tipo de inquietud.
De pronto se puso muy serio.
—Existe una teoría según la cual debe permitirse que ciertos esquemas de hábito normales sigan su curso. Tomemos el reflejo de succión, por ejemplo. Se ha dicho que los niños que han sido destetados tempranamente generan actividades orales que los hostigan durante toda la vida: mastican pajitas, fuman, prefieren beber directamente de la botella, se manosean nerviosamente los labios, etcétera. Tomando esto como analogía, volvamos a examinar las inquietudes de la humanidad a lo largo de la historia. ¿Quién sino un hato de frustrados que nunca en su vida permitieron todas las formas del amor dentro de la familia pudo acuñar un concepto tal como el de «madre patria» y consagrarle e inmolarle sus vidas? Ahí se advierte una gran necesidad de amar al padre, pero también de derribarlo. ¿Acaso la humanidad no ha enaltecido a sus bienamados padres, a sus hermanos mayores, no los ha amado, venerado y muerto por ellos, no se ha rebelado, los ha matado y reemplazado? Muchos de ellos se lo merecían, lo concedo, pero hubiera sido mejor que los otros hubieran ascendido por sus propios méritos y no porque los arrastraba una marea profunda, absolutamente sexual, de la cual no podían hablar porque les habían enseñado que era algo inmencionable.»Ese mismo tipo de corrientes circula dentro de la unidad familiar. La llamada rivalidad entre hermanos es demasiado conocida para describirla, y la frecuencia de amargas rencillas entre hermanos constituye una especie de cliché en la mayoría de las culturas y en su literatura. Sólo muy pocos psicólogos se atrevieron a postular la explicación más obvia, es decir que con enorme frecuencia esos antagonismos son confusos sentimientos amorosos, bien condimentados con horror y culpabilidad. Este esquema demuestra con certeza la causa de los conflictos entre hermanos, y es un problema que una vez expuesto ofrece su propia solución...